viernes, 1 de enero de 2010

LA PALABRA DE CARLINHA GOMEZ

_”Hasta hoy me cuentan una historia, un amigo Luis, que no puedo dejar de desconfiar de su veracidad. Tal vez por como la cuenta riéndose sarcásticamente, haciéndote notar una milésima de una verdad potente. Desconcertado la duda fue mi refugio para no volverme loco atando cabos ¡Porque esa historia la había pensado hacía un tiempo para un cuento que no había empezado a escribir y tampoco nadie sabía la existencia de mis pocas ideas! Luis empezó a relatar que estuvo toda la noche soñando con Crisóstomo: de solo escuchar el nombre mis sentidos se rindieron a su plática”.

Crisóstomo no sabía qué hacer para decirle que no amaba más a Carlita, miraba por la ventana buscando al viento que le traiga la idea de solución sin lastimarla ni un poco. La quería como a sí mismo en todo momento, cada paso en su vida no se realizaba sin pensar en Carlita: la más suave, la más dulce, su vida mejor representada: su reflejo de lo que daba al mundo. ¡La felicidad estrujada en lágrimas amargas! ¿Cómo pudo suceder aquella mañana que empecé a sentir el vacío? De verte, de escucharte, de mirarte la cara siempre Carlita morena. Con tus ojos bondadosos de servicial cocinera. Quise resolver siempre el problema de mi desempleo para que sigamos con nuestra vida juntos para siempre; desde el principio las cosas estaban bien hasta que surgió tal inconveniente que acarreó meses sin dinero qué aportar para nuestra casa. Desde ahí mi vida se convirtió en un infierno de depresión. El muchacho dinámico de matices interminables de brillo se estaba apagando durmiendo doce horas por día. Errante, meditabundo, noctámbulo. Las noches tan vacías con las luces del televisor alumbrando las amarguras de un espectador sucio que vivía vidas de películas soñando que eran suyas, fumando pensaba de vez en cuando en la gente que observaba por la ventana allá abajo bajo la gran luna indiferente de tu vida, de tu muerte y tus ideas. Ganas de no obrar nada, repensar todo de vuelta por cuenta de miles de años mientras que en el transcurso de los días el humo se paseaba lento como siempre en el ambiente eterno. Interminable como la agonía de la muerte yo seguía hundiéndome cada vez más en la profundidad de cavilaciones acerca del dinero, de su significado para la sociedad y las relaciones humanas que valoran tu destreza y perspicacia por obtenerlo, tu eres dinero y sin dinero no eres tu, no tienes valor ni tiempo. También cómo puede llegar a destruir amistades largas y pesadas como pléyades, las familias mejores formadas y unidas destrozadas por el sistema que funciona de la forma más cruel: sin dinero no hay comida ni techo ni tierra. No sólo las relaciones de personas o parentesco que se reconocen por la cara y se conocen por los años transcurridos si no también la lucha se da en desconocidos. En personas que nunca se vieron la cara ni siquiera saben nada de sus vidas. Muchos muertos revivieron por dinero muriendo vivos, siguiendo de pie caminando tu rumbo que siempre desembocaba en dinero, mi rumbo de progresos capitales, algo así como olvidando la evaporación de modales humanos en la vida. ¡Van a seguir sumiendo al hombre en un consumo permanente! ¡Todo se me fue de las manos Carlita! ¡Carla! ¡Ya no me importas por que yo no me importo! ¡¿No te importo sin dinero?! El dinero nos cubre de gelatina, como una goma que no deja tocarnos por religión. Es la herramienta para dirigir tus metas, viajar, comprar,viajar. Los secretos de tu técnica sacadas de lecturas de historias muertas en libros muertos empolvados que dan ganas de vivir la literatura de una vez, esclarecer el sueño con violenta obsesión, sacudir el árbol y vestirse con las hojas y los pétalos de flores olvidando todo lo enseñado: soy sincero cuando me defrauda la vida y hay veces que tomo las cosas tranquilo pero otras la violencia del caos pide un cambio, la cosecha no florece, la lluvia no fue buena, el cielo soberbio es indiferente como tu mirada amor. Y para colmo el que siembra es inestable e impuntual, duerme entre laureles con el vino burbujeado en su cerebro mientras la desazón de estar arrojado a este destino indefectible pesaba como plomo. Entonces mis ganas de caminar hasta morir se convertían en el fuego eterno para estar un poco a salvo…quisiera no tener recuerdos ni culpas a cuestas. Soñando como el león abrasado de calor con su melena de rayos solares desparramados por el aire que el viento seguía decorando con polen. Bailando hasta el infinito como los cantos de los grillos que acompañan al cielo que pare ecos de alturas inimaginables. El mundo comienza a tener sentido para mi, todo vive en mi, saco un billete de cincuenta pesos, el último que me quedaba, salgo a la calle a buscar quién lo consuma (yo no iba a ser desde luego ¡jamás! quien lo consuma) entonces mi esbozo fue escribir las últimas palabras de respeto y sinceridad para mi Carla con la energía que estallaba de las profundidades de mi caverna de carne. Como un viajero al cual su camino siempre le olía conocido después de tanto tiempo de ignorarlo y desconocerlo por completo, así empecé a dibujar letras que decían:

Carla:

¡El mensaje te ha llegado!
Ya no te amo ni me importas.
el papel más sucio de la tierra
será el mensaje de la desgracia.
Muchas palomas dispuestas a entregarte
la noticia hay en esta tierra,
mi pequeña canción del infortunio…

Crisóstomo

Doy media vuelta caminando, un niño pidiendo limosnas me exige una ayudita: le doy los cincuenta pesos más recordados de mi vida, ya pueden imaginar su cara de felicidad agradeciéndome que lo haya nombrado la primera palomilla en llevar mi mensaje. El niño se va corriendo cruzando la calle, creo que piensa en comprar un sándwich de milanesa o mejor aún algún manjar que su paladar desconocía por completo su placer o el platillo pasado que su lengua olvidó. Paga, le dan cambio, se va. Algo en mi hizo que me quedara, ya sabía donde descansaba el billete pero no por mucho tiempo, todos necesitaban el papel, solo el papel donde está escrito mi mensaje. Me quedé haciendo guardia opaca en el local bien cerca de la registradora, me preguntan qué me voy a servir, contesto –nada estoy esperando a una persona: el mozo se va a charlar con el encargado, el local estaba casi muerto hasta que una voz me despierta de mi ansiedad. Un señor bien vestido pide la cuenta, lo miro con ojos rapaces volviendo rápidamente la vista al encargado verificando que en el vuelto le da al mozo el billete (reconocerlo fue fácil solo vi letras negras de marcador fino). El señor que parecía juez o algo así recibe el vuelto, lo cuenta, queda unos instantes observando el billete, sonríe, se guarda el secreto de su sonrisa y se va. De nueva forma se entabla una persecución, lo hubiera seguido hasta el final del mundo si era necesario, con mucha cautela como una fiera con su presa que lo alimenta, como un loco con su descubrimiento, como enamorado extravagante, obsesionado. Cinco cuadras fueron hasta Corrientes la que no lo perdí de vista, sin esperarlo atina a ir a un quiosco pero avanzando unos pocos pasos como olvidándose de algo vuelve sobre ellos arrepentido. Ve un taxi y lo para - ¡Sonamos! – me dije- y la adrenalina empezó a recorrer mi cuerpo tonificándolo. Ni bien el auto echaba humo veo otro taxi: un quinientos cuatro. Lo paro y le exijo al tachero que siga aquel taxi, sin cuestionar acata mi pedido al vuelo…yo sentía su desconfianza y no me importaba, mis ojos estaban en la presa como los de un águila. Veo al otro taxi parar y mi atento conductor hace lo mismo, el reloj marca un precio de locura. Bajo del taxi viendo al señor caminar tranquilo por una calle oscura, no sabía ni donde mierda estaba. El tachero me grita que le pague por favor; yo cayendo a la realidad me di cuenta que no tenía plata, busco en mis bolsillos violentamente, se escucha un sonido como que alguna costura se descosió, toco papel moneda y pensé en los milagros. Le tiro el billete por la ventana hacia el asiento del acompañante, me putea con furia, le contesto que me disculpe pero no tenía más plata y me voy corriendo escuchando las cubiertas del taxi chillar; a mi no me importó, seguí corriendo intensamente, el señor me llevaba una cuadra de distancia y no podía dejar que escape, pensé que el tachero me perseguía dándome vuelta para corroborarlo descubrí que no y no lo vi más, solo descubrí una calle oscura. Pensé en el tachero que me había comprendido, por ahí era un buen tipo ¿Me habría perdonado por mis nervios y mis ganas de pagarle? ¿O desde el principio sabía que no tenía dinero? no importa veo el bulto de sombra de mi mensajero desaparecer como traspasando una pared, corrí y llegué a ver su talón desaparecer lentamente en el último escalón de la escalera para luego escuchar sus pasos retumbantes por los pasillos, llaves, sonidos espesos llaves erradas en la cerradura, abertura de puerta, cierre final de la bendita puerta, eco…otra vez el vacío de la espera, la guardia nocturna y la incertidumbre de a dónde iba a parare ese billete, ¿Tendrá hijo este buen señor? Seguro de ser así una esposa supongo ¿Tendrá necesidad de darle el billete a alguien? Voy a confiar en su sensibilidad y en que escogería cualquier otro billete antes que ese para dárselo a su esposa, o hijo, nieta lo que fuera, reflexiono y llego al buen puerto de que lo gastaría último el buen hombre como extravagancia tal vez, o como cabala, o como esas cosas extrañas que nos suceden con objetos o recuerdos de sucesos extraños, nos impresionamos y nos apegamos para ponerle color a nuestra vida y los mimamos, los guardamos en cajoncitos de recuerdos. Yo no soy de esos pero creo que este señor va a funcionar como un cajoncito, me lo dijo su estilo refinado.
Nunca en mi vida viví horas tan lentas, yo estaba sentado justo en frente de la puerta en la otra vereda, de vez en cuando me despegaba los calzoncillos de las nalgas, fumaba como escuerzo pero sin explotar y gracias a mi avidez me encontré sin cigarrillos: si fumaba uno más explotaba.
Esa noche no pegué un ojo, la alborada ganaba la guerra del cielo, los pájaros como clarines anunciaban el triunfo del día a los dioses. Mirando mi reloj que marcaban las ocho de la mañana volví a sentir mi ansiedad presintiendo que mi mensajero saldría.
Creo que bostecé poco en la noche y me sentía como un artista desvelado queriendo ver el final de su obra, me pareció extraña esta idea por que yo nunca me había sentido un artista. De repente escucho llaves y la puerta crujir, sale una señora con bolsa de compras y un monedero importante que alcancé a verlo a la perfección desde la vereda de enfrente, se va, me mira y sigue su rumbo. Ahí en ese mismo instante una cascada de cosas amorfas invadieron mi cerebro. ¿Será la esposa del señor? ¿Le habrá dado el billete para comprar? ¿Qué hago, la sigo? Quede perplejo, me incorporé me volví a sentar, observé la esquina viéndola perderse.
Dos caminos la señora o el señor, eran dos, solo dos, pensé en personas que sepan de mi jugada para abarcar más espacios y poder tener información al instante sobre el paradero del billete pero ya era tarde, mi único cómplice era yo y tenía que seguir mi intuición. Decidí quedarme sentado esperando al señor (su atuendo me daba confianza).
Ya el sol pegaba cachetazos llenos de calor, se acercaban las once de la mañana, veo salir al buen hombre y en ese mismo momento me vino el alma y el vigor al cuerpo. Ya no me sentía cansado y empezó la persecución de vuelta.
El tremendo señor vestía el mismo traje que anoche, parecía bañado y perfumado, llevaba un maletín de cuero y un paraguas que desentonaba con el clima.
La gente caminando desenfrenadamente por las calles hacia todas direcciones como los automóviles con sus bocinas que daban todo el ritmo característico de la ciudad. Pasó un rato hasta que en un momento caminando a cincuenta metros del señor este para en un quiosco, de inmediato lo alcanzo y me coloco detrás de él para comprar algo, era un día como cualquiera nadie me veía. Pide cigarrillos el extraño señor y una caja de caramelos, también preservativos. Quiero ver el billete y lo vislumbro acantilado perpetuo. ¡Si! estaba ahí ¡era él!, la jugada me había salido perfecta, redonda, estaba feliz realmente contento, sintiendo que había abierto con una llave secreta una puerta de la vida y la percepción a la que pocos acceden y descubren. ¡Al fin! mi mensajero no era más el buen señor y me daba una honda felicidad, el juego se agilizaba y cambiaba de escenario, eso me reconfortaba y me daba fuerzas.
Bueno…otra vez la espera pero esta vez en la puerta del quiosco, tenía que hacer algo para que el quiosquero no sospechara y tuviera pretextos para llamar a la policía por mi actitud acechante. Necesitaba un buen argumento, no se me ocurría nada mientras aguardaba a un costadito a la vera del nuevo mensajero. No se de donde saqué mi personaje sin vergüenza, haciéndome el artista le pregunté por unos caramelos que comía yo cuando era chico. El quiosquero dijo con severidad que no existían hace ya veinte años. Me hice el lento de mente como retardado y loco, el hombre me miraba con ternura sonriendo de costado y bajando los parpados lentamente. Le pedía varias cosas de las que luego me arrepentía con muchísimo respeto para que no me mande al demonio en breve: necesitaba ganar tiempo. Hasta que interrumpe nuestra charla un jovencito bien peinado con pinta de erudito. Quiere comprar un helado y no se cuantas cosas más que no escuché: lo único que me importaba era el billete. Pero pagó justo, yo miraba al quiosquero y me reía con cara de mogólico. Él también reía haciéndome sentir la comprensión en sus gesticulaciones amables.
Esa tarde pasó mucha gente por el quiosco. Todos pagaban justo o con billetes de cinco pesos, dos y demás, ni una compra con vuelto de cincuenta o mayor a cincuenta pesos. Agotado esperaba, sentía que la noche iba a ser larga pero tenía una energía imparable, era como si los escasos cuentos que había leído en mi vida habían estallado en mi alma y se hacían realidad a cada momento, todo lo que concierne a esta extravagancia que estaba viviendo era un cuento tosco pero hermoso.
Al fin un chico con cara soberbia mezclada con desgano y hartazgo de vivir pide cuatro cervezas mientras maquinalmente le entrega los envases al quiosquero. Yo presentía lo inevitable, la misma adrenalina de anoche empezó a correr por mi cuerpo. El pibe hablaba sin eses ni modales, tuteaba al quiosquero en un ritmo de barrio bien asegurado y así deslumbrante de su bolsillo deslumbrante saca cien pesos para entregar el pago, y como era de suponer con el vuelto marcharon los cincuenta pesos con mi mensaje.
Lo seguí dando saltitos de vez en cuando, como un niño feliz a una distancia de cien metros: lo perseguía al chico sin apuro ni nerviosismo. Ya me sentía un profesional en el tema o algo parecido. No dormía desde ayer y no sentía signos de agotamiento, cada escenario era fundamental para avivar mi vigor.
Era de noche, la ciudad empezaba a calmarse y habría nuevos claros en los suburbios donde el muchacho se detuvo en una esquina encontrándose con varios compañeros. Entregó botellas a varios de ellos (eran seis la cantidad de personas que observaba desde mitad de cuadra sentado en el umbral de una casa) que automáticamente abrieron como con sed desenfrenada de alcohólicos resueltos a beber. Charlaban…de repente una carcajada hacía trizas el silencio de la callejuela alumbrada por pocas luces tristes, el lugar era tenebroso, la noche hermosa. Fumaban dispersando un humo espeso de un sabor alucinante, de un aroma intenso como a incienso. Me aluciné con el cuadro que estaba viendo, el humo los envolvía a ellos de una manera fascinante dándome a entender que el humo los amaba maternalmente y ellos también como hijos perdidos seguían el ritual en un orden cósmico irrefrenable, sublime.
Tenía que hacer algo no podía quedarme en el umbral porque al muchacho que compró las cervezas ya lo estaba perdiendo de vista o sea la oscuridad se los comía a todos lentamente. Seguro de mi afán fui hacia ellos caminando con tranquilidad, todos me miraron con cara de matones, parecían perseguidos y arruinados, cazadores de algo perdido que parecía su vida. Saludo pidiendo un trago haciendo un bailongo del momento como captando la energía que movían en el espacio. Infiltrándome en el humo doy un salto, me impongo ante la mirada tibia de las huestes oscuras que como hienas me miraban, no querían que avance en sus mentes esta clase de locos a la cual pertenecía, esta clase de anormales, de violines como llamaban ellos. Rápidamente al vuelo veo que el muchacho le da el billete a otro tipo que se va inmediatamente del grupo, yo, quedándome un rato cantando haciendo cosas sin sentido me aparto lentamente de la oscuridad siguiendo al tipo que llevaba mi mensaje.
Fue bastante sencillo, caminaba casi lento, haciendo sonar baldosas aflojando la cabeza en su andar por la gravedad de la tierra. Calmado como su sombra revivía sus pasos en otro plano sin sentido para él. Yo: el porqué del encuentro, el autor del momento que escribía cuentos tirados al aire arrancados de los pelos que ejercían su colisión contra lo real palpable. Enseguida me asustó una sirena bien remarcada, bajando rápidamente dos policías lo reducen al tipo poniéndole la rodilla en su espalda, realizando distintas tomas sincronizadas con códigos secretos que chasqueaban en sus bocas como teledirigidos proyectiles a sus radios. Llamaban a la comisaría mientras lo esposaban ocurriendo que el policía que estaba de pie me ve y haciendo señas con la mano me llama. Sin duda me acerco preguntándole que quería: ya sabía que era la salida de testigo hacia la comisaría por el pobre tipo que tenía mi mensaje. Y entonces como un ángel puse mi voluntad en el desdichado detenido que había caído en las garras de la ley.
Ya en la comisaría el sub-oficial escribía en la máquina tenencia simple como cargo judicial. Me presentaron sobre la mesa un montón de papeles glasé bien dobladitos creando muchos paquetitos diciéndome que era droga mientras yo no les daba bola pensando en el tipo encerrado en un calabozo meado de dos por dos. Pedí a gritos que me dejen verlo, me intimidaban presuponiendo que era mi amigo, con toda la fuerza posible grité que yo era un ser humano noble y sabía perfectamente que iban a maltratar y a torturar física y psicológicamente a este tipo para después encerrarlo como chivo expiatorio acusándolo enteramente del tráfico cuando se sabía que la droga la dejaba entrar el gobierno al país y hasta la repartía a los punteros. También en aquellas apestosas oficinas que huelen a sudor de inocentes, víctimas del sistema, se escapa toda la poquísima humanidad que les queda desagotándose como un caño con fuga en su violencia genuina de perros guardianes a sueldo. ¡Saben a la perfección que este pobre desgraciado no es en absoluto la matriz del tráfico!
Exijo verlo como ciudadano y ayudarlo en esa imposible tarea que ustedes bien conocen que tiene que ver con necesidades básicas como comer, funar, cagar. Usted sabe que no tiene porqué el pobre hombre pasar esas horas de pena y tedio, sin luz ni comida, ni compañía, sólo por los oscuros victimarios del tiempo. ¡Sin agua! ¡Debo ayudarlo mientras pasa su estadía en el calabozo!...esas crueldades en las que ponen tanta energía sencillamente pueden obviarse.
En todos aquellos ojos tremendos que me observaban en el lugar se manifestaba el estallido de una bronca reducida al aniquilamiento imaginario derritiendo mi cuerpo lentamente cual cera, inquietada bronca que maldecía tu carne como maldita del infierno, el estorbo, la gente que sobra del sistema: los indigentes, los drogadictos, los delincuentes, los encerrados, los mutilados, los engañados, los olvidados soldados de la guerra y demás tanto demás. Que no se vea la raíz de los problemas me da honda rabia, pero que podía pedirles a todos estos estúpidos sin remedio. Todos aquellos hombres truncados de latidos, expulsados de la luz de la vida como todos nosotros los seres humanos, sistemas humanos de vida modificada, alterada. Tantos finales de recuerdos de la niñez quedan flotando no se donde, (yo digo en el universo) para que el viaje sea eterno sin el cuerpo.
Bueno… me agarraron de la solapa del saco, me direccionaron cara a la puerta empujándome y ahí nomás metiéndome una patada en el culo me dijeron unas cuantas barbaridades ordenándome que me fuera. Caminando despacio me senté en la esquina, la noche revivía oscura, cantora de eternos secretos que cantan volando músicos del silencio ¿Será dentro o fuera? no importa. La guardia opaca nocturna regresa compaginando las reglas del juego tan complicado que se avecina en la historia que invitaba a cebar mi ingenio a los fenómenos dados. Todo un tigre, mi visión se hizo nocturna con el humo. Sentía mis garras cuando me subí a un árbol con tanta destreza y silencio para permanecer allí hasta que saliera el tipo este, los felinos de la velocidad cantaban en mi carne. Gane perfecta visión de la puerta policial después de largos pinchazos y delicadezas encontré la comodidad para poder aguardar sin agonía a que saliera mi fiel mensajero heroico como titán avasallado en su lucha. ¿Qué habrá sido del billete? Confiaba que estaba con él resguardado de cualquier ladrón…o no sé, podría suceder que lo hayan encerrado en un calabozo con espacio para más detenidos, corría peligro. Esperé toda la noche era el segundo o tercer día o la segunda semana o la primera, el paso del tiempo me asaltaba sutilmente con la suavidad de un roba almas. No dormía ni comía, era un espectro delirante, obsesionado y tenso, se agudizaron sin dejarme mover retorcijones en el estómago, ardores, se iban por unos instantes aliviándome para luego volver inesperadamente con todo el triunfo del dolor sobre el equilibrio de las ramas mientras se mecía el mundo, mi persona y la vida con el dolor, en la altura recibía el amanecer, el nacimiento de la voluntad creadora de vida que se acercaba a nosotros una vez más para iluminarnos en la oscuridad.
Mis ojos agradecieron, necesitaban la luz para encender las galerías del pensamiento, acelerar la fuerza vital. Me sentí ayudado por mi fortaleza ante la vida sin embargo nunca supe nada de ella que como dama que da flores solo da una que se marchita pronto. Y nada más obsequia dejándote solo andando como un pájaro entre árboles. Para colmo y locura los mismos pájaros cantan que estoy loco, un loco más al paso del día.
Llenos de luz vuelan, flotando sin reconocerse…las historias confluyen en cada uno de nosotros como el pájaro y el árbol somos nosotros una gran fuerza en mi visión. Descolorido y lánguido veía toda la realidad del mundo pintada por un artista lluvioso.
Veo salir al tipo sin sentir emoción, ningún tipo se adrenalina, todo se sentía trasladado a otro plano superpuesto, el trance no pasaba como río en su cause invisible que se deja ver con tranquilidad. Instintivamente bajé despacio siguiendo sus pasos a distancia lo suficiente prudente para que no me viera y no fundar sospechas, seguro me reconocería y ese no era el plan.

Pasaron meses por mi cuerpo o años o décadas… pero no estaba en mi casa si no todo el tiempo en la calle. Mis días simplemente se amontonan con la monotonía de perder todo. Obviamente nunca más supe del billete, lo mancharon de sangre o quedó en un banco, no me atrevo a especificar si quedó fuera de curso legal pero recuerdo que había seguido un par de horas a ese tipo por muchos lugares hasta que se dirigió pudiendo observar que dejaba, depositaba, abandonaba el billete con el maldito mensaje para extraviarme noches en la puerta del banco sin saber qué hacer, extenuado de tanta desazón me dije basta pero la locura o llamémosle obsesión, pesar, me retenía a seguir el rastro del billete sin descanso, lloraba con fuerza apretando los dientes haciéndolos chillar, mi baba caía como miel transparente de sollozos interminables de dolor y perdición que aturdían mis horas tan muertas en literatura pagana. ¡Si se vive la literatura no se es feliz por eso hay que escribirla y ya! ¡Este mundo no es de literatura! muy claro... pero muy claro está, quien se encuentra feliz es porque se ocupa mucho por él mismo y nada más.
No se todo lo que sucedió después pero me encontraba con plata en los bolsillos. Tratando de recordar supe que a alguien se la había robado, ¿Me sentía solo y con hambre y en vez de hurtar comida robé dinero? no podía certificar la incógnita pero de repente se abalanzaron dos policías sin pudor a reducirme por completo como guepardos hambrientos de crimen. Rápidamente llegué a la seccional donde fui encerrado y culpado de robo, un juez me condenó a tres años después de un juicio como debe ser en democracia y en una de las tantas veces que me llevaban y traían de aquí para allá con el fin de declarar, firmar y otros tantos fastidiosos paseos escucho la voz de un policía que se reía detrás de un vidrio con su sombra dando espasmos: _!Escuchá la boludez que dice en este billete!


Crisóstomo perdió la cabeza por dinero

Carlinha Gómez


Y así contaba Luis soltando risitas reprendidas, esporádicas en el transcurso de la charla como si se tratara de algo inaudito para contarme. Después se fue de viaje o no se, no lo vi más.
Me había hecho la idea de que en alguna ocasión escuchó mi voz cuando tal vez hablaba en un sueño del dichoso cuento dando vueltas en la cama, es lo único que me quedaba por pensar.
La única idea que tenía yo del cuento era la del billete dando vueltas por la ciudad y también el nombre del personaje, todo lo demás fue relatado por Luis inspirándome a transcribir toda esta historia “creando” este cuento. Luego Crisóstomo veía billetes con inscripciones acusativas todo el tiempo dirigidas a su psiquis, no se bien el tiempo, no importa. Nada importa.

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