jueves, 20 de mayo de 2010

"El libro celeste" surge de la inmensidad anunciando en su llegada a lenta marcha un desfile de cantos y sueños vividos en un país que es el que bien conocemos, pero que esta vez nos trae fantasmagorías o historias con extraños secretos oníricos. La visión retínica de los movimientos del alma en el todo. O en el corazón de la ciudad. Circunstancias fecundas: La guerra, la contemplación o la recreación. El éxtasis de un nuevo día nos guía a través de sus camaleónicas olas y allí cada momento se sucede con un halo especial. Lugares, pensamientos, el recitado abriga todo aquello que moviliza el pathos con la risa, la duda, la realidad. En "El libro celeste" lo caricaturesco puede mezclarse con lo sublime y el juego de contrastes completa el cuadro tal como el poeta mismo lo sugiere. Las cosas resuenan en su presencia o en su recuerdo con amplia magnitud. Incluso presencias tácitas despliegan sus propios fantasmas (como los de la noche, la templanza o las emociones). La ciudad cobija nuestras visiones. Nos topa con lo inevitable, con lo requerido, con lo repentino. La creación justifica la destrucción. En los coros, brindado a la elocuencia, se agita un estremecimiento fortuito. En su libertad, las imágenes se animan a multiplicarse a oleadas dejando a su vez en el instante de silencio una leve sonrisa de soledad o de anhelo. El poeta no canta siempre a los placeres dulces .Cada tanto contrasta sus tonos con la amargura para dejar lugar a lo mejor de la expresión humana cuando advierte su infinitud. La pasión y el ensueño nos hacen prisioneros de esta realidad amada. El poeta "paya" la verdad en sus fueros, incluso la violencia en las cosas perfectas. Anima el valor del espíritu en forma de cantos líricos. Agradeciendo la poesía e invitando a escuchar su eterna invocación a las musas. Agradeciendo por su felicidad. Una felicidad compartida. Aquella que impulsa al poeta haciendo que reflejemos en su voz directamente nuestras almas. Aquella que una y otra vez nos une en este mismo contexto. La palabra nos atrae hasta su reino, tan complejo como único. Aquel "mero histrión" acaparando una vez más la audiencia. La actividad literaria hace mención de sí misma por la belleza que no podemos dejar de contemplar. Temáticas desplegadas por una fértil lira ávida de expresión y de dramatismo. "El libro celeste": Érebo de tantos cielos olvidados. Alumbrando la recóndita dicha resguardada en ésta, nuestra ciudad.



Leandro L. Flores

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