jueves, 23 de julio de 2009

Pruebo que mis manos ardan
llegando al límite molesto.
Pruebo tus besos imaginándolos.
Pruebo hojas, flores cuando camino.
Pruebo el hielo de los vasos.
El corte en las manos de mil tajos
probando sangre, sangre sin joder.
Pruebo los ladridos de una perra alemana
mientras intento encontrar una poción mágica.
Pruebo bastantes heridas en cócteles.
Pruebo el gusto por las palabras,
por los aromas, por los platos,
por los palillos, por los papeles,
por los cuchillos, por la juventud.
Pruebo los labios cortajeados
que es insignia de locura depresiva.
Pero al fin todas estas pruebas
me desatan, me vuelan, me acarician.
Todas estas pruebas me joden, me crispan,
me alucinan matándome a la luz.
No quiero esta iluminación
que majestuosamente apesta
probando la sabiduría arcaica.
Entonces pruebo tu ego, el mío,
el tuyo, está hinchado, no puede más,
revienta de un placer dudoso,
de una lengua vendible y ultrajada.
Mis amigos duermen como niños
invocando dentro de algo que llamea de a poco
unas piernas que se abren para la creación
de una excusa.
Pruebo lo patético
y hasta aquello que se cree innovador
proyectando las mil facetas.

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